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Darwinismo anti-social

Los socialistas acogen el socialismo desde del principio pues da una explicación materialista plausible de un fenómeno natural. Los defensores del statu quo se dividieron. Unos rechazaron el darwinismo, prefiriendo basarse en la religión para erigir una defensa ideológica de los privilegios del capitalista. Otros trataron de “secuestrar” el darwinismo para el mismo fin.

Thomas Henry Huxley, el hombre que inventó el término “agnóstico” pero que también fue conocido como “el bulldog de Darwin” por la valentía con que defendió la teoría de la evolución, de Darwin, en contra de la clerecía y otros detractores, escribió en 1888 el artículo “La lucha por la existencia y su relación con el hombre”. En él afirmó que entre los primeros humanos los más débiles y tontos eran derrotados, mientras que los más fuertes y astutos, mejor dotados para enfrentarse a sus circunstancias, pero no mejores en ninguna otra forma, sobrevivían. La vida era una continua batalla campal, y más allá de las relaciones limitadas y temporales de la familia, la guerra hobbesiana de todos contra todos había sido el estado normal de la existencia (Siglo XIX, febrero de 1888).

Thomas Hobbes fue el escritor del siglo XVII cuyo libro Leviatán fue un intento por justificar el gobierno autoritario de Carlos II sobre bases distintas del desacreditado “derecho divino de los reyes”. Su argumento fue que antes de que el gobierno fuera establecido de común acuerdo con un gobernante que había impuesto y mantenido la paz social, los humanos habían existido en “estado natural”, que consistía en que todos estaban en guerra contra todos, de modo que la vida era “perversa, brutal y corta”. Aun en aquel tiempo había datos suficientes para demostrar la falsedad de su argumento, pero Hobbes tenía que suponer que así había sido con el fin de desplegar su razonamiento. Su propósito era justificar el gobierno autoritario ejercido por un sólo individuo y tenía que pintar un cuadro sombrío de la vida antes del gobierno con objeto de hacer creíble su razonamiento.

A pesar de todo, Huxley era un científico—ciertamente un biólogo—y debía de haber estado bien informado (dos siglos después) para no tomar al pie de la letra las especulaciones filosóficas de Hobbes acerca de la vida en “estado natural”. Pero no pudo ver otra posibilidad que el capitalismo y aceptó sin crítica la concepción de que, sin el gobierno ejercido por una élite, los humanos volverían a conducirse como él creía que lo hacían los animales en la naturaleza:

Desde el punto de vista del moralista, el mundo animal es prácticamente lo mismo que un espectáculo de gladiadores. Estos eran bien tratados y luego enfrentados para que pelearan, para que el más fuerte, más rápido y más astuto viviera para volver luchar al otro día. El espectador no tenía necesidad de apuntar con el pulgar hacia abajo, pues no se concedía cuartel.

Lo que hizo Huxley fue dar apoyo científico a la justificación de Hobbes del gobierno autoritario; lo que es más, dio su apoyo en nombre del científico más notable de la época, Charles Darwin, que murió en 1882.

El propio Darwin no creía realmente que el estado natural de los humanos fuera de individualismo desenfrenado. Lo que sí dijo fue que había llegado a formular su teoría reflexionando en los puntos de vista de Malthus acerca del exceso de población. Según Malthus, en Ensayo sobre el principio de la población, que fue reeditado muchas veces después de su primera publicación en 1798, la humanidad estaba siempre al borde del exceso de población sostenible con los recursos alimenticios existentes en un momento dado. Esto se debía a que mientras que las existencias de alimentos crecían sólo aritméticamente (1, 2, 3, 4, 5…) la población humana tendía a incrementarse geométricamente (1, 2, 4, 8, 16…) y era refrenada sólo por la falta de alimentos que acarreaba mortandad por hambrunas y enfermedades.

Darwin pensó que esto se aplicaba también al mundo natural. En la naturaleza, las plantas y los animales tendían a producir vástagos suficientes para incrementarse geométricamente, crecimiento desmesurado al que sólo refrenaba la escasez de recursos alimenticios, que reducía el número de los que realmente sobrevivían. Como resultado, había una continua “lucha por la existencia” entre los miembros de la misma especie para sobrevivir, y sólo los más capaces lo lograban. Con esto Darwin quiso decir los más capaces de sobrevivir y de reproducirse en el medio en que realmente vivían. Si por alguna razón (climática, geológica, migración de otras especies), entonces, después de un tiempo prolongado, una nueva especie tendería evolucionar cuando aquellos con características mejor adaptadas para sobrevivir en este nuevo medio lograran efectivamente sobrevivir mejor que aquellos otros no tan bien dotados. Tal forma de ver las cosas es idea central del darwinismo—en realidad esta es su teoría de la evolución de las especies mediante la selección natural—, pero de ningún modo implica que cada uno de los miembros de cierta especie esté, por consiguiente, compitiendo en contra de cada uno de sus congéneres, ni que el mejor dotado este tratando de eliminar a los menos aptos. Lo anterior sólo significa que el mejor dotado tendrá más descendientes que los otros.

Darwin, sin embargo, puede tener algo de culpa por la distorsión que su teoría sufrió por mal interpretación de algunos de sus seguidores. Al escribir, en el resumen introductorio de su capítulo “Lucha por la existencia”, “Lucha por la vida más severa entre individuos y variedades de la misma especie” y en tomar en préstamo la frase “la supervivencia del más apto” del filósofo individualista Herbert Spencer, dio cierto crédito al punto de vista de que su teoría de la evolución de las especies se basaba en que había una lucha por la existencia entre los miembros de la misma especie a resultas de la cual sólo sobrevivían los victoriosos.

Del mismo modo que Malthus se opuso a que se tomaran medidas para mejorar la vida de los pobres por considerarlo contraproducente, pues eso sólo alentaría a los pobres a tener más hijos, lo que incrementaría la presión sobre los recursos y empeoraría la situación a largo plazo, de modo que quienes transfirieron las ideas de Darwin a la sociedad humana se valieron de un razonamiento semejante. Los llamados “darwinistas sociales” se oponen a la ayuda a los pobres argumentando que ello empeoraría las cosas, pues se permitiría que sobrevivieran los menos aptos, debilitando al género humano en su conjunto. A diferencia de los tiempos de Malthus, ahora tenemos el socialismo, y los darwinistas sociales dirigen conscientemente sus teorías en contra de su posibilidad y deseabilidad. Como dijo el propio Herbert Spencer:

En el mundo animal el viejo, el débil y el enfermo son siempre erradicados y sólo el fuerte y el sano sobreviven. La lucha por la existencia sirve por tanto como purificación de la raza, protegiéndola contra el deterioro. Este es el afortunado efecto de esta lucha, pues si ésta cesara y cada quien tuviera asegurada la existencia sin lucha alguna, la raza se deterioraría. El apoyo prestado al enfermo, al débil y al incapaz causa la degeneración general de la raza. Si la compasión se expresa como caridad, vas más allá de sus límites razonables, pierde su brújula, en lugar de disminuir hace aumentar el sufrimiento de las generaciones nuevas. El buen efecto de la lucha por la existencia puede verse mejor en los animales salvajes. Estos son vigorosos y sanos porque tienen que arrostrar miles de peligros ante los cuales los inhábiles tienen que perecer. Entre los hombres y los animales domésticos las enfermedades y la debilidad se hallan tan generalizadas debido a que a unos y a otros se les presta ayuda. El socialismo, que tiene entre sus metas abolir la lucha por la existencia en el mundo humano, ocasionará mayor deterioro físico y mental (citado en Marxism and Darwinism by A. Pannekoek, capítulo 5, en http://csf.colorado.edu/mirrors/marxists.org/archive/pannekoe/).

En Alemania el darwinista connotado fue Ernst Haeckel, biólogo, quien hizo su propia aportación a la teoría de la evolución. Se opuso con tanta rabia al socialismo como el filósofo Spencer.

El darwinismo, o la teoría de la selección, es completamente aristocrático; se basa en la supervivencia del mejor. La división del trabajo originada por el desarrollo hace que el carácter varíe cada vez más, que aumente la desigualdad entre los individuos, en su actividad, educación y condición. Cuanto mayor es el avance de la cultura humana, tanto mayor la diferencia y el abismo que se abre entre las clases existentes. El comunismo y las demandas propuestas por los socialistas que exigen una igualdad de condiciones y actividad es sinónimo de retroceso a etapas primitivas de barbarie (misma fuente).

Las respuestas del socialista clásico a estas irritantes tonterías las dio Peter Kropotkin en su Mutual Aid As A Factor in Evolution (publicado en 1902 pero escrito en su mayor parte diez años antes como réplica directa a Huxley) y Anton Pannekoek en su folleto de 1905 Marxism and Darwinism. Ambos eran científicos en toda la extensión de la palabra. En plena juventud, en la década de los sesenta del siglo XIX, Kropotkin había hecho una contribución original para entender la geología de Siberia oriental. Pannekoek estaba en vías de convertirse en un astrónomo de primera categoría.

Kropotkin aceptó que por supuesto había en la naturaleza una lucha por la existencia en el sentido de que cada individuo de cada especie se esforzaba por sobrevivir. También aceptó que “los más aptos” eran los que sobrevivían. Lo que no aceptó fue que la lucha por la existencia fuera una pugna por la superioridad entre los miembros de la misma especie o que los supervivientes más aptos eran los triunfadores en tal lucha. Fundándose en sus propias observaciones del mundo animal, señaló que en la inmensa mayoría de las especies la lucha por la existencia era un esfuerzo colectivo, en que los miembros de la misma especie vivían en grupos cuyos miembros co-operaban ayudándose mutuamente a sobrevivir. Los más aptos eran aquellos cuyas características biológicas los capacitaban mejor para sobrevivir en el medio en particular que su propio grupo encontraba para ellos, y éstos—o más bien los de su tipo—sobrevivían, pero no exterminando a los menos aptos. Puede decirse que hoy este es el punto de vista prevaleciente entre los darwinianos.

Volviendo a los humanos, Kropotkin señalo que ninguna de las primeras sociedades humanas se conformaba al cuadro dibujado por los darwinistas sociales. Los primeros humanos no eran individuos (individualistas) empeñados en una lucha a muerte unos contra otros. Por el contrario, Como las sociedades primitivas que aún existen nos permiten ver, aquéllos vivieron en sociedades (tribus y clanes) cuyos miembros cooperaban entre sí para sobrevivir.

La persistencia misma de la organización del clan muestra lo absolutamente falso que es representarse a la humanidad primitiva como una aglomeración desordenada de individuos que sólo obedecían a sus pasiones individuales y se aprovechaban de su fuerza y su astucia para aniquilar a todos los demás miembros de la especie (Mutual Aid, Penguin, 1939, p. 82).

En cuanto a la afirmación de Huxley de que “los primeros hombres sustituyeron la mutua paz por la guerra cualquiera que haya sido el motivo que los impulsó a hacerlo fueron los que crearon la sociedad”, Kropotkin replicó pertinentemente que “la sociedad no la creó el hombre: es anterior al hombre”.

Pannekoek atacó por otro flanco. Señaló que no era accidental que los defensores del gobierno capitalista se sacaran de la manga la idea de que la naturaleza era una lucha por la supervivencia, librada entre individuos despiadados… lo cual es un reflejo de la sociedad capitalista y de la competencia entre los capitalistas. Lo que estaban haciendo era atribuir los rasgos de la sociedad capitalista a la naturaleza para crear la ilusión de que el capitalismo competitivo era algo natural, y que el socialismo no lo era. Pero los comentarios de Pannekoek no se confinaron a analizar la ideología capitalista que el darwinismo social representaba. Como Kropotkin, hizo ver también que esa teoría contradecía los hechos.

La evolución humana, replicó Pannekoek, se había vuelto diferente de la evolución biológica. Una vez que los humanos dejaron de evolucionar como especie biológica con caracteres específicos, su evolución se apartó de lo biológico en el sentido de una adaptación de sus atributos biológicos; en realidad fueron sus características biológicas mismas las que produjeron tal fenómeno: un cerebro capaz de pensar por abstracciones, un sistema vocal idóneo para el habla y manos capaces de usar y hacer herramientas. Esta herencia biológica hizo de los humanos animales que construían herramientas, y éstas se convirtieron en extensiones no biológicas de sus cuerpos.

Al paso que otras especies animales sólo pudieron adaptarse al medio cambiado por evolución (como resultado de la selección natural actuando por espacios de tiempo inmensamente grandes) de diferentes caracteres biológicos, los humanos lograron adaptarse perfeccionando sus herramientas. Así la evolución humana dejó de ser biológica y se volvió técnica. Además, como los humanos eran animales sociales que vivían en sociedades, y como la técnica desempeñó un papel decisivo en modelar la fisonomía de esas sociedades, la evolución humana fue evolución social. Las sociedades en las cuales vivían evolucionaron también, pero bajo principios por entero diferentes de los de la evolución biológica. La teoría darwiniana de la evolución biológica no se aplica a las sociedades humanas; tampoco las luchas que se dieron dentro de éstas.

Hubo en realidad, dijo Pannekoek, una especie de lucha social darwiniana por la existencia dentro de la sociedad capitalista pero no entre los humanos como unidades biológicas, en que los más inteligentes y los más sanos estarían en la cumbre y los más débiles y cretinos habrían sido derrotados. Fue una lucha entre los propios dueños de herramientas (a estas alturas en la forma de fábricas y maquinaria), en la cual los ganadores no fueron los dotados de mejores cerebros o cuerpos sino los que poseían mejores máquinas. Las derrotas fueron sufridas por los propietarios de máquinas con menor rendimiento y su destino fue el de ser condenados a la gran mayoría de humanos que no poseían ninguna clase de máquinas: la clase trabajadora.

La clase trabajadora, dijo Pannekoek, estaba enzarzada en una lucha, pero no con herramientas puesto que no poseían ninguna, sino en una lucha colectiva “por la posesión de herramientas, una lucha por el derecho a dirigir la industria”, es decir, una lucha por el socialismo como la propiedad social y el control democrático de los medios de producción, la gran colección de herramientas que la humanidad había acumulado.

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